Malleus Maleficarum: "El Martillo de las Brujas"
PRÓLOGO
El más famoso de todas los libros sobre Brujería, el Malleus Maleficarum (El Martillo de las Brujas) fue escrito en 1486 por dos monjes dominicos. En el acto, y a lo largo de los tres siglos siguientes, se convirtió en el manual indispensable y la autoridad final para la Inquisición, para todos "los jueces, magistrados y sacerdotes, católicos y protestantes", en la lucha contra la Brujería en Europa. Abarcaba los poderes y prácticas de l@s Bruj@s, sus relaciones con el Demonio, su descubrimiento... La Inquisición, la hoguera, la tortura, mental y física, de la cruzada contra la Brujería: todo esto es conocido. Y detrás de cada uno de los actos sanguinarios se encontraba este libro, a la vez justificación y manual de instrucción. Para cualquier comprensión de la historia y naturaleza de la Brujería y el Satanismo, el Malleus Maleficarum es una fuente importante. Es la primera fuente a la que se debe recurrir.
Los AUTORES:
Heinrich Kramer nació en Schlettstadt, ciudad de la baja Alsacia, al sudeste de Estraburgo. A edad temprana ingresó en la Orden de Santo Domingo y luego fue nombrado Prior de la Casa Dominica de su ciudad natal. Fue predicador general y maestro de teología sagrada. Antes de 1474 se le designó Inquisidor para el Tirol, Salzburgo, Bohemia y Moravia.
Jacobus Sprenger nació en Basilea. Ingresó como novicio en la Casa Dominica de esa ciudad en 1452. Se graduó como maestro de teología y fue elegido Prior y Regente de Estudios del convento de Colonia. En 1480 se le eligió decano de la facultad de Teología de la Universidad. Y en 1488, Provincial de toda la Provincia Alemana.
Ambos fueron nombrados Inquisidores con poderes especiales, por bula papal de Inocencio VIII, para que investigasen los delitos de Brujería de las provincias del norte de Alemania. El Malleus Maleficarum es el resultado final y autorizado de esas investigaciones y estudios.
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Este texto escrito por Carl Sagan nos cuenta los orígenes del Maellus Maleficarum y sus terribles consecuencias en toda Eurpoa y, posteriormente, en Estados Unidos, llevadas a cabo por la iglesia católica y protestante. Esta parte de la historia humana (occidental) no debe ser olvidada, y es por eso que la incluyo en El Baúl.
Maikel, septiembre de 1999.
[...]
La obsesión con los Demonios empezó a alcanzar un crescendo cuando, en su famosa Bula de 1484, el papa Inocencio VIII declaró:
"Ha llegado a nuestros oídos que miembros de ambos sexos no evitan la relación con -Ángeles Malos, Íncubos y Súcubos, y que, mediante sus Brujerías, Conjuros y Hechizos sofocan, extinguen y echan a perder los alumbramientos de las mujeres. Además de generar otras muchas calamidades."
Con esta bula, Inocencio inició la acusación, tortura y ejecución sistemática de incontables "Brujas" de toda Europa. Eran culpables de lo que Agustín había descrito como "una asociación criminal del mundo oculto". A pesar del imparcial "miembros de ambos sexos" del lenguaje de la bula, las perseguidas eran principalmente mujeres jóvenes y adultas.
Muchos protestantes importantes de los siglos siguientes, a pesar de sus diferencias con la Iglesia católica, adoptaron puntos de vista casi idénticos. Incluso humanistas como Desiderio Erasmo y Tomás Moro creían en Brujas.
"Abandonar la Brujería - decía John Wesley, el fundador del metodismo- es como abandonar la Biblia."
William Blackstone, el célebre jurista, en sus Comentarios sobre las leyes de Inglaterra (1765), afirmó:
"Negar la posiblidad, es más, la existencia real de la Brujería y la Hechicería equivale a contradecir llanamente el mundo revelado por Dios en varios pasajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento."
Inocencio ensalzaba a "nuestros queridos hijos Henry Kramer y James Sprenger" que, "mediante Cartas Apostólicas, han sido delegados como Inquisidores de esas depravaciones heréticas". Si las "abominaciones y atrocidades en cuestión se mantienen sin castigo", las almas de las multitudes se enfrentan a la condena eterna.
El papa nombró a Kramer y Sprenger para que escribieran un estudio completo utilizando toda la artillería académica de finales del siglo XV. Con citas exhautivas de las Escrituras y de eruditos antiguos y modernos, produjeron el Malleus Maleficarum, "El Martillo de las Brujas", descrito, con razón, como uno de los documentos más aterradores de la historia humana. Thomas Ady, en Una vela en la oscuridad , lo calificó de "doctrinas e invenciones infames", "horribles mentiras e imposibilidades" que servían para ocultar "su credulidad sin parangón a los oídos del mundo".
Lo que el Maellus venía a decir, prácticamente, era que, si a una mujer la acusan de Brujería, es que es Bruja.
La tortura es un medio infalible para demostrar la validez de la acusación. El acusado no tiene derechos. No tiene oportunidad de enfrentarse a los acusadores. Se presta poca atención a la posibilidad de que las acusaciones puedan hacerse con propósitos impíos: celos, por ejemplo, o venganza, o la avaricia de los inquisidores que rutinariamente confiscaban las propiedades de los acusados para su propio uso y disfrute. Su manual técnico para torturadores también incluye métodos de castigo diseñados para liberar los Demonios del cuerpo de la víctima antes de que el proceso la mate. Con el Malleus en mano, con la garantía del aliento del papa, empezaron a surgir inquisidores por toda Europa.
Rápidamente se convirtió en un provechoso fraude. Todos los costes de la investigación, juicio y ejecución reacían sobre los acusados o sus familias; hasta las dietas de los detectives privados contratados para espiar a la Bruja potencial, el vino para los centinelas, los banquetes para los jueces, los gastos de viaje de un mensajero enviado a buscar a un torturador más experimentado a otra ciudad, y los haces de leña, el alquitrán y la cuerda del verdugo. Además, cada miembro del tribunal tenía una gratificación por Bruja quemada. El resto de las propiedades de la Bruja condenada, si las había, se dividían entre la Iglesia y el Estado. A medida que se institucionalizaban estos asesinatos y robos masivos y se sancionaban legal y moralmente, iba surgiendo una inmensa burocracia para servirla y la atención se fue ampliando desde las Brujas y viejas pobres hasta la clase media y acaudalada de ambos sexos.
Cuantas más confesiones de Brujería se conseguían bajo tortura, más difícil era sostener que todo el asunto era pura fantasía. Como a cada "Bruja" se la obligaba a implicar a algunas más, los números crecían exponencialmente. Constituían "pruebas temibles de que el Diablo sigue vivo", como se dijo más tarde en América en los juicios de las Brujas de Salem. En una era de credulidad, se aceptaba tranquilamente el testimonio más fantástico: que decenas de miles de Brujas se habían reunido para celebrar un aquelarre en las plazas públicas de Francia, y que el cielo se había oscurecido cuando doce mil de ellas se hecharno a volar hacia Terranova.
En la biblia se aconsejaba: "No dejarás que viva una Bruja." Se quemaron legiones de mujeres en la hogera. (1) Y se aplicaban las torturas más horrendas a toda acusada, joven o vieja, una vez los curas habían bendecido los instrumentos de tortura.
Inocencio murió en 1492, tras varios intentos fallidos de mantenerlo con vida mediante transfusiones (que provocaron la muerte de tres jóvenes) y amamantándose del pecho de una madre lactante. Le lloraron sus amantes y sus hijos.
En Gran Bretaña se contrató a buscadores de Brujas, también llamados "punzadores", que recibían una buena gratificación por cada chica o mujer que entregaban para su ejecución. No tenían ningún aliciente para ser cautos en sus acusaciones. Solían buscar las "marcas del Diablo" - cicatrices, manchas de nacimiento... - que, al pincharlas con una aguja, no producían dolor ni sangraban. Una simple inclinación de la mano solía producir la impresión de que la aguja penetraba profundamente en la carne de la Bruja. Cuando no había marcas visibles, bastaba con las "marcas invisibles". En las galeras, un punzador de mediados del siglo XVII "confesó que había causado la muerte de más de doscientas veinte mujeres en Inglaterra y Escocia por el beneficio de veinte chelines la pieza". (2)
En los juicios de Brujas no se admitían pruebas atenuantes o testigos de la defensa. En todo caso, era casi imposible para las Brujas acusadas presentar buenas coartadas; las normas de las pruebas tenían un carácter especial. Por ejemplo, en más de un caso el marido atestiguó que su esposa estaba durmiendo en sus brazos en el preciso instante en que la acusaban de estar retozando con el diablo en un aquelarre de brujas; pero el arzobispo, pacientemente, explicó que un Demonio había ocupado el lugar de la esposa. Los maridos no debían pensar que sus poderes de percepción podían exceder los poderes de engaño de Satanás. Las mujeres jóvenes y bellas eran enviadas forzosamente a la hoguera.
Los elementos eróticos y misóginos eran fuertes... Como puede esperarse de una sociedad reprimida sexualmente, dominada por varones, con inquisidores procedentes de la clase de los curas, nominalmente célibes... En los juicios se prestaba atención minuciosa a la calidad y cantidad de los orgasmos en las supuestas copulaciones de las acusadas con los Demonios o el Diablo - aunque Agustín estaba seguro de que "no podemos llamar fornicador al Diablo" - y a la naturaleza del "miembro" del Diablo (frío, según todos los informes).
Las "marcas del diablo" se encotraban "generalmente en los pechos o partes íntimas", según el libro de 1700 de Ludovico Sinistrani. Como resultado, los inquisidores, exclusivamente varones, afeitaban el vello púbico de las acusadas y les inspeccionaban cuidadosamente los genitales. En la inmolación de la joven Juana de Arco a los veinte años, tras habérsele incendiado el vestido, el verdugo de Ruán apagó las llamas para que los espectadores pudieran ver "todos los secretos que puede o debe haber en una mujer".
La crónica de los que fueron consumidos por el fuego sólo en la ciudad alemana de Wurzburgo en el año 1598 revela la estadística y nos da una pequeña muestra de la realidad humana:
El administrador del senado, llamado Gering; la anciana señora Kanzler; la rolliza esposa del sastre; la cocinera del señor Mengerdorf; una extranjera; una mujer extraña; Baunach, un senador, el ciudadano más gordo de Wurtzburgo; el antiguo herrero de la corte; una vieja; una niña pequeña, de nueve o diez años; su hermana pequeña; la madre de las dos niñas pequeñas antes mencionadas; la hija de Liebler; la hija de Goebel, la chica más guapa de Wurtzburgo; un estudiante que sabía muchos idiomas; dos niños de la iglesia, de doce años de edad cada uno; la hija pequeña de Stepper; la mujer que vigilaba la puerta del puente; una anciana; el hijo pequeño del alguacil del ayuntamiento; la esposa de Knertz, el carnicero; la hija pequeña del doctor Schultz; una chica ciega; Schwartz, canónigo de Hach...
Y así sigue.
Algunos recibieron una atención humana especial: "La hija pequeña de Valkenberg fue ejecutada y quemada en la intimidad". En un solo año hubo veintiocho inmolaciones públicas, con cuatro a seis víctimas de promedio en cada una de ellas, en esta pequeña ciudad. Era un microcosmos de lo que ocurría en toda Europa. Nadie sabe cuántos fueron ejecutados en total: quizá cientos de miles, quizá millones. Los responsables de la persecución, tortura, juicio, quema y justificación actuaban desinteresadamente. Sólo había que preguntárselo.
No se podían equivocar. Las confesiones de Brujería no podían basarse en alucinaciones, por ejemplo, o en intentos desesperados de satisfacer a los inquisidores y detener la tortura. En este caso, explicaba el juez de Brujas Pierre de Lancre (en su libro de 1612, [align=center]Descripción de la inconstancia de los ángeles malos[/align]), la Iglesia Católica estaría cometiendo un gran crimen por quemar Brujas. En consecuencia, los que plantean estas posibilidades atacan a la Iglesia y cometen ipso facto un pecado mortal. Se castigaba a los críticos de las quemas de Brujas y, en algunos casos, también ellos morían en la hoguera. Los inquisidores y torturadores realizaban el trabajo de Dios. Estaban salvando almas, aniquilando a los Demonios.
Desde luego, la Brujería no era la única ofensa merecedora de tortura y quema en la hoguera. La herejía era un delito más grave todavía, y tanto católicos como protestantes la castigaban sin piedad. En el siglo XVI, el erudito William Tyndale cometió la temeridad de pensar en traducir en Nuevo Testamento al inglés. Pero, si la gente podía leer la Biblia en su propio idioma en lugar de hacerlo en latín, se podría formar sus propios puntos de vista religiosos independientes. Podrían pensar en establecer una línea privada con Dios sin intermediarios. Era un desafío para la seguridad del trabajo de los curas católicos romanos. Cuando Tyndale intentó publicar su traducción, le acosaron y persiguieron por toda Europa. Finalmente le detuvieron, le pasaron a garrote y después, por añadidura, le quemaron en la hoguera. A continuación, un grupo de pelotones armados fue casa por casa en busca de ejemplares de su Nuevo Testamento ( que un siglo después sirvió de base de la exquisita traducción inglesa del rey Jacobo). Eran cristianos que defendían piadosamente en cristianismo impidiendo que otros cristianos conocieran las palabras de Cristo. Con esta disposición mental, este clima de convencimiento absoluto de que la recompensa del conocimiento era la tortura y la muerte, era difícil ayudar a los acusados de Brujería.
La quema de Brujas es una característica de la civilización occidental que, con alguna excepción política ocasional, declinó a partir del siglo XVI. En la última ejecución judicial de Brujas en Inglaterra se colgó a una mujer y a su hija de nueve años. Su crimen fue provocar una tormenta por haberse quitado las medias.
En nuestra época es normal encontrar Brujas y Diablos en los cuentos infantiles; la iglesia católica y otras iglesias siguen practicando exorcismos de Demonios, y los defensores de algún culto todavía denuncian como Brujería las prácticas rituales de otro. Todavía usamos la palabra "pandemonium" - literalmente, "todos los Demonios" -. Todavía se califica de Demoníaca a una persona enloquecida o violenta (hasta el siglo XVIII no dejó de considerarse la enfermedad mental en general como adscrita a causas sobrenaturales; incluso el insomnio era considerado un castigo infligido por Demonios). Más de la mitad de los norteamericanos declaran en las encuestas que "creen" en la existencia del Diablo, y el diez por ciento dicen haberse comunicado con él, como Martin Luther afirmaba que hacía con regularidad. En un "manual de guerra espiritual", titulado Prepárate para la guerra, Rebecca Brown nos informa de que el aborto y el sexo fuera del matrimonio, "casi siempre resultan en Infestación Demoníaca"; y que la "música rock no 'surgió poruqe sí', sino que era un plan cuidadosamente elaborado por el propio Satanás". A veces, "sus seres queridos están cegados y dominados por tendencias diabólicas". La Demonología todavía sigue formando parte de muchas creencias serias...
Sacado de el libro de Carl Sagan , El mundo y sus demonios, título original The demond-Haunted World, páginas 139-144 de la edición castellana. Copiado del libro a html por Maikel.
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